viernes, 17 de septiembre de 2004

A un Flavián, a un poncista, a tí

RECADO AL AIRE

Y te tengo y no te tengo.
Te tengo en mi corazón
aunque mi pecho esté hueco.

Y me tienes sin tenerme.
Me tienes poseída
sin siquiera contemplarme.

Y te mato y no te mato.
En sólo tu recuerdo
caigo y muero,
muero,
muero.

Y me vives y revives,
sonora Casablanca
en la palabra grabada.

Y te acuerdas y recuerdas
las noches bohemias
con tus cantos y mis danzas.

Y me llamas y te escucho
cual triste epistolario
sin correo ni destino.

Y te espero con frecuencia,
pero perdido tu estás
receloso a la querencia.

Elia Domenzain


Y EN TANTO

Y, en tanto, este estancamiento,
después de la consumación,
la oscuridad de la luz
otorga la gracia al invidente,
limpia de los ojos nublados de la afición
en tan arremetida ofrenda.

Arte, magia y entrega
Arrojo en soliloquio
compartido con veintemiles.
Muestra irrefutable de la pasión
en pleno obsequio de sí mismo
y de sí mismo al astado en devoción.
El torero artista
al filo de la muerte,
en los tendidos
lágrimas de rendicón
al admirar la elegancia…

Por tanto…
te amo,
envueltas las almas en una chiuelina
al ras de pitones provocados,
ensortijados suspiros entre lentos,
prolongados
pases naturales al quiebre de cintura,
porte indiscutible
revestido del terno envinado en oros
faena infinita de suertes todas
en la tarde del primer domingo 3
del febrero bisiesto y capicúa,
atestiguada apoteosis.

¿Quién quiere un rabo,
cuando se ha llevado en una tarde
cien mil lágrimas de admiración?
Sólo ponderar a Ponce
en la extrema exigencia de la tauromaquia
en el límite inequívoco de la fascinación,
enaltece el reconocimiento de la figura
sacude la gloria en pañuelos blancos,
abraza la fama
y alterna tan sólo con la veneración.
Inolvidable entrega,
faena histórica,
sublime coronación.

Elia Domenzain
A Enrique Ponce
la tarde de su indiscutible inmortalización
Plaza México
La Monumental
domingo 3 de febrero de 2002.

Domenzain, Elia. Y ahora yo soy la torera. 2002. México: Resistencia

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