lunes, 5 de septiembre de 2011

Luis Conrado corta una oreja para seguir vivo

[publicado originalmente en Opinionytoros.com]

Con alrededor de dos mil asistentes se lidiaron cuatro novillos de Acapangueo descastados y dos de Marco Garfias que se dejaron.

Luis Conrado:
al tercio tras un aviso, una oreja y palmas en el que mató por Cuevas
Rodrigo Cuevas El Príncipe: pitos tras dos avisos y voltereta
Julio de la Isla: palmas y palmas tras dos avisos

Parchar un cartel nunca ha sido lo idóneo, primordialmente para los ganaderos, menos, hacerlo de manera dispar. El hierro titular pierde fuerza y el resultado para el que llega al rescate no es concluyente.  Toros hay en el campo, con edad y trapío. La pregunta lógica es ¿por qué La México tiene que echar mano de un zurcido?  La respuesta  quizá no se halle en un recoveco, sino a la luz de todos: la taquilla no da para estos lujos, las novilladas no están resultando un buen negocio, ni tampoco parecer ser necesario invertir en ello. Así los hechos, y así el remendado encierro anunciado para la séptima novillada de la temporada, marcó el derrotero de la tarde.

El juego de los dos astados de Marco Garfias fue similar. Si los evaluamos sin comparar –con los de Acapangeo-, fueron dos novillos con nobleza, justos de raza, lo necesario para tener voluntad de embestir. Sin representar indescifrables encrucijadas, la facilidad o dificultad de su lidia recayó en los recursos técnicos de los toreros.

Los de Acapangeo, tres de cuatro, padecieron de descastamiento y mansedumbre. No obstante, en pro de la honra para la casa, el segundo de la tarde incordió a sus hermanos.  Sin ser un compendio de bravura, fue un novillo que se empleó con claridad y nobleza.

El desempeño de los novilleros tampoco puede equiparse. Luis Conrado tuvo en el abre plaza un astado incierto de salida, pero sí termnió por dejar claro que no tenía con que emplearse. Sin tornarse del todo peligroso se negó a acudir con un mínimo de bravura a los engaños. El novillero capitalino le buscó la vueltas, seguramente con la intención de agradar a la concurrencia. Ese esmero le hizo dejar para el final lo primero, la lidia, el sometimiento de pitón a pitón al astado.

En su segundo turno apareció el primero del hierro de Marco Garfias. Con este hubo comunión desde el principio. Fue a recibirlo a los medios, la larga no llegó a consumarse pues el astado resbaló justo al entrar en al jurisdicción. Se puso en pie y se acamodó toreándolo a la verónica. Conrado no es ejemplo de trazo fino, pero el desarrollo de su tauromaquia le posibilita hoy en día correr la mano con temple. Eso ha sido lo que resultó más interesante en él. Hay evolución en su toreo, fundamentalmente en el oficio. Sin ser sólo arrojo y carne de cañón, tampoco ha dejado de mostrar ser ese novillero un tanto romántico, con variedad en las suertes y capaz de empeñar el cuerpo como muestra de la necesidad de comer de esta profesión.

La faena tuvo sus altibajos. Faltó consistencia primordialmente por la falta de ligazón. Decíamos, en muchos momentos pudo alargar el trazo con temple y mando, pero al no quedar siempre bien colocado las tandas no llegaron a tener unidad del todo. Además el novillo no tuvo la misma calidad por ambos pitones; mientras que por el derecho tuvo ritmo, por el izquierdo le costaba llegar al final. El echar de nuevo rodilla a tierra al final de su quehacer fue desaprobado por algún sector. En esta ocasión más que recurso único o desesperado, debe mirarse también como la personalidad de este torero.

Una estocada hasta las cintas caída animó al cotarro a solicitar la oreja que es por lo menos ahora, un trofeo que lo mantiene con vida en la carrera.

A Julio de la Isla le correspondieron dos ejemplares de Acapangeo -así le debía tocar a alguno de la terna.  En contra de su suerte, además pechó con dos de los malos del hierro. Dos novillos que nunca humillaron, con el mínimo interés por acudir a los engaños y cuando lo hacían, salían distraídos.

Con ambos el novillero tapatío tuvo que hacer más gala de voluntad que poder alcanzar el lucimiento. Con el primero de su lote cubrió el segundo tercio y lamentablemente sus buenas maneras se estrellaron con las condiciones ya citadas del astado. Aunque también es verdad que afloró también la falta de recursos para domeñar.  Ante el sexto las opciones fueron menores. El novillo manseó rotundamente desde el capote, el castigo en varas,  hasta sentirse herido de muerte.

Rodrigo Cuevas
empezaba a gustarse toreando al natural al quinto, el segundo de Marco Garfias. Sin embargo, en una laguna de conocimientos y asentamiento el astado lo echó por los aires y la caída fue de cabeza. El varetazo en la ingle y el escroto no fue lo grave, y salvo la declaración médica correspondiente, el golpe en la cabeza tampoco tendrá consecuencias.

El Príncipe buscaba recomponer la tarde, pues en primer turno dejó ir al bueno de Acapangeo. El berrendo tuvo recorrido y fijeza en el engaño, sólo pedía firmeza y continuidad. La faena de Cuevas se fue construyendo entre dudas y algún buen muletazo a prudente distancia. El tendido le recriminó no poder aprovechar las posibilidades que le brindó el astado y el juez de plaza le perdonó los tres avisos.