domingo, 12 de septiembre de 2004

La hija

De oriente a poniente, en la acera izquierda. La banqueta era ancha, incluso tenía espacio para alojar un pequeño y desencarnado sendero verde, entre el asfalto y las paredes.

Yo caminada de este a oeste. La calle aquella era amplia aunque no como una avenida. Tenía un principio muy lejano, y terminaba quizás en la mar, en el cielo, en algún confin. Estaba limpia, producto probablemente de la atención continua de los servicios municipales y de los propios vecinos. Era el ocaso, cuando el sol regala en el horizonte esas mágicas tonalidades multicolores, esas que no sólo cautivan la vista, sino el espíritu.

De esquina a esquiuna se hallaban casas con diversos estilos arquitectónicos, colores, ambientes, con una sóla uniformidad determinada por las posibilidades económicas de sus habitantes: una colonia sin duda de la clase media alta.

Mi andar me ubicaba a dos pasos enseguida de una vivienda con una reja que únicamente solicitaba los límites del predio, no como aquellos enormes e impenetrables zaguanes que dan la impresión de guardar secretos de estado. Haría unos pocos minutos o segundos, que un auto plateado, un Neon creo, se había detenido frente a esta casa. Era Tere. Me sorprendió y me dió gusto encontrarla, nos saludamos con la dilección acostumbrada. Tomaba de la mano a una niña como de cinco año; es extraño, pero no recuerdo su rostro, o algún otro rasgo. Creí que era su hija, después supe que no.

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