lunes, 28 de febrero de 2011

Con toros y bravos, todo es distinto

[publicado originalmente en Opinionytoros]

Ante una escasa concurrencia, apenas unas tres mil quinientas personas, se lidiaron seis toros de Villa Carmela, muy bien presentados, encastados con algunos matices, a excepción del sexto.

Juan Bautista: al tercio y vuelta
Óscar López Rivera: al tercio y pitos tras un aviso
Aldo Orozco: pitos tras un aviso y leves palmas.

Tan distinto como las respuestas que generan. Primera, la entrada. En varios medios de información, primordialemente los portales especializados, igual publicamos los nombres de los toreros que están en el cartel para cada domingo, como las imágenes de los astados a lidiarse. Resulta, que al conjuro de los nombres más populares sin importar el trapío de los toros que habrán de lidiarse acude el público en masa, mientras que ante el llamado de una corrida bien presentada, con toreros más modestos, llegamos apenas a unos cuantos cientos. Tenemos entonces una fiesta de los toreros, y no una fiesta de los toros. ¿El toro es el que menos importa para convocar? La respuesta parece ser un rotundo sí. Para allá estamos –todos-, llevando a la fiesta. De esta forma, considero, que si el toro no lleva gente, no habrá objeción sustentada para ceder a cambiar todos los matices que piden a esta tradición.

Segunda. Más de uno en el tendido calificaba a la corrida como complicada, pero me parece más que el sentido de esos comentarios eran más para descalificar que para elogiar. Esto me lleva a pensar que hemos perdido la dimensión del comportamiento de un toro, primero con edad, y luego, bravo en realidad. El toro soso, el manso fácil, y por si fuera poco, novillo pasado como toro se ha convertido en una costumbre, de tal manera que ante el comportamiento de un astado adulto se percibe más como para mal que para bien.

Tercera, bajo este escenario, además, mientras a aquellos toreros, considerados figuras que actúan a la mitad de sus capacidades con los novillos descastados que todo se les apluade, a los toreros con poco rodaje con una corrida que exige, se les arrea con todo. Tampoco es que pretenda eximir a esos jóvenes toreros (Óscar López Rivera y Aldo Orozco), que es verdad han estado faltos de recursos para salir de la plaza con un mejor resultado.

Juan Bautista fue entonces el mejor librado de la tarde. En primer turno enfrentó un toro que llevó la cabeza muy descompuesta, echando las manos por delante, incluso. Meritorio el aguante, y la faena que además de haberse mostrado con poder no olvidó varios detalles muy pintureros. Gran estocada cobró el francés, que pese a una mediana petición la oreja no fue concedida, bajo ese rigor que debiera mantener el palco de la autoridad todas las tardes.

Con el cuarto, un toro con nobleza, pero que no alcanzó tampoco a romper del todo, lo llevó a la zona del tercio sin llegar a eslabonar una faena del todo redonda, sí consiguió algunas tandas ligadas, que no reunida en todo momento, sobre todo un par por el lado natural. Quizá de no ser porque la espada quedó más cerca de ser un bajonazo que una estocada desprendida el juez no hubiese podido aguantar la petición.

Óscar López Rivera tuvo una tarde entregada. No se le podrá echar en cara no haber realizado su máximo esfuerzo, desafortunadamente, dado el bagaje este es su límite presente. Esa sería tal vez la única duda que pudiera dejar. Sí el torero puede o no llegar a más, pero eso sólo se podría saber si se viese anunciado en más carteles.

Ante dos toros, esos que “los grandes” no quieren ni ver, estuvo ante todo firme. Con su primero realizó un quite por chicuelinas y con su segundo uno por caleserinas. La faena al quinto pintaba para más en un inicio. Había cuajado una gran tanda por el lado derecho, pero López Rivera perdió la brújula y todo quedó a la deriva. Desafortunadamente faltaron recursos para estructurar un trasteo propio para un toro encastado y noble se empleaba con codicia, que también a media faena comenzó a deslucirse, llevando la cara a media altura, pese a que el torero le bajaba la mano, y terminó terciándose. Con el primero de su lote tuvo esa firmeza de la que hablábamos, pero acusó también la falta de sitio y oficio con los avíos. Hizo falta mayor poder y mando, que no determinación y aguante.

Me parece que de Aldo Orozco se esperaba un poco más. Si bien pechó con el lote menos propicio, al de Arandas se le percibió un tanto disperso. El que cerró plaza aunque noble fue muy flojo y ya no hubo algo de trascendencia. Con el tercero de la tarde fue el complicado del encierro. No sólo por ser encastado, sino un tanto probón. Lo esperaba mucho y ya que el torero planteaba la suerte le cambiaba la intención, o bien, se empleaba en la primera embestida, pero para la siguiente comenzaba a medirlo. Seguramente, esto desconcertó al propio torero, y ese hecho se advirtió en el tendido. Para más malas, nada bien estuvo con los aceros, de tal forma que cerró con la desaprobación de la asistencia.

Cuarta, el silencio y la atención. No porque fueramos pocos en la plaza, el ambiente no era bullanguero. El toro con edad y con condiciones de bravo, hace que estemos verdaderamente más atentos a lo que ocurre en el ruedo. No es un silencio de indiferencia, ni tampoco olés al por mayor.

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