lunes, 9 de mayo de 2005

1976

Nadie tiene nada claro. Lo revasan las ideas, los sueños, las sinrazones mismas. ¿Cómo volar con los pies en la tierra? ¿Cómo viajar al lugar encantado, a donde no sabemos dónde está? Intentar caminos, irrumpir en veredas, coleccionar galaxias, dejar, dejarse días, olvidos, recuerdos, horas llenas de piezas de rompecabezas.

Todos somos los mismos y no nos gusta. Hallamos caras iguales, rostros ojerosos, de pómulos exaltados tal vez. De dientes con sonrisas cortas. Miradas exhaustas. De nariz como objeto, como señal, como ornato, destinada al juicio y no a la función.

Los que hablan, dicen mucho. Dicen. Los que callan no hallan por donde empezar. Es como si los marcianos, ignotos, subráyese, se hubieran robado las voces, los gritos, los ecos, las rimas, los susurros. Son unos seres que habitan o más bien gravitan todas las puertas. Llevan todos nombre y apellido, que ocultan bajo capas y máscaras. Extienden sables que sin saberlo son de arena. Se desmoronarían al tocar los cuerpos. Mientras amenazan esos filos relucientes de ceras impostadas.

Regresa. Mira. Invoca y provoca.

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